En vez de analizar la coherencia o validez de las ideas que una sociedad adopta, resulta esclarecedor observar cómo es esa sociedad y qué necesidades pueden estar satisfaciendo esas ideas: “Conócete a ti mismo”.
Christopher Lasch en “La Cultura Del Narcisismo” hace una descripción del “hombre psicológico” del siglo veinte, y afirma que existe una conexión entre patrones característicos de la sociedad contemporánea y el tipo de personalidad narcisista.
En los últimos cuarenta años, dice, predomina en las consultas un paciente borderline o limítrofe, hay una prevalencia cada vez mayor de los “trastornos del carácter”, que parece indicar un cambio subyacente en la organización de la personalidad. Un empobrecimiento narcisista de la psiquis.
Revolucionarios que atrasan
Ya en la década de 1950, casi todos los psiquiatras y trabajadores sociales condenaban los valores asociados a la familia autoritaria tradicional. Las terapias posfreudianas y sus conversos y divulgadores se han adjudicado la misión de liberar a la humanidad de ideas obsoletas de amor y deber, intolerablemente opresivas y perjudiciales para la salud y el bienestar individual, a partir del postulado de que la salud mental implica la superación de las inhibiciones y la gratificación inmediata de cada impulso.
Difícilmente alentarán al individuo moderno, despreocupado de nada que trascienda sus necesidades inmediatas, a que subordine sus necesidades e intereses a los de los demás, a algo o alguien, a alguna causa o una tradición fuera de sí mismo.
La autoridad y la tradición tienen, en la nueva ortodoxia de la psiquiatría y la psicología, dramáticos efectos demoledores, no sólo en su relación inmediata con las prácticas de crianza infantil. No se reconocen aspectos válidos y benéficos en las formas tradicionales y no se hace diferencia entre medidas adecuadas y nocivas: Todo se considera en exceso restrictivo y obsoleto.
En una sociedad permisiva y hedonista la educación es indulgente y el clima general es de permisividad.
“Muchos sectores radicalizados hacen recaer, aún, su indignación en la familia autoritaria, la moral sexual represiva, la censura literaria, la ética del trabajo y otros pilares del orden burgués debilitados o arrasados por el propio capitalismo avanzado. Estos sectores no ven que la “personalidad autoritaria” no es, a estas alturas, el prototipo del hombre económico.”
Prevalecen ideas de una “emancipación de las condiciones represivas del pasado”, un apoyo a una “revolución cultural” que reproduce los peores rasgos de la civilización en vías de derrumbarse cuya crítica realiza.
“Cualquier crítica de la sociedad contemporánea que aspire a trascender lo superficial deberá criticar, al mismo tiempo, buena parte de lo que actualmente viene con la etiqueta del radicalismo”. El radicalismo cultural se ha vuelto de buen tono, y provee inconscientemente un pernicioso apoyo al orden actual.
La cultura actual ha devaluado el pasado cultural. Descarta al
pasado. Ha devaluado radicalmente todas las formas de autoridad, el Superyó
social, antiguamente representado por los padres, los maestros y los
predicadores.
Las nociones de culpa e inocencia pierden sentido moral e incluso jurídico, quienes ejercen el poder ya no pueden imponer sus reglas mediante edictos autoritarios de jueces, magistrados, profesores y predicadores. La sociedad deja de esperar que la autoridad articule un código legal y moral elaborado y razonado con claridad; y tampoco espera que los más jóvenes interioricen los criterios morales de la comunidad. Sólo exige conformidad con las convenciones de la interacción diaria.
Los medios de comunicación y la publicidad la socavan nuestro sentido de la realidad, estimulan los anhelos infantiles y han usurpado la autoridad paternal. Los medios de comunicación de masas, con su culto a los famosos y su intento de rodearlos de un halo fascinante y excitante, confieren sustancia a los sueños narcisistas de fama y gloria y los potencian. Alientan al hombre común a identificarse con las estrellas y a odiar el “rebaño”, y hacen que le sea cada vez más difícil aceptar lo trivial de la existencia diaria. Venden falsas promesa de realización personal y han creado un nuevo tipo de “individuo social”.
¿Qué caracteriza a este individuo?
Perpetuamente
insatisfecho y anhelante de infinita satisfacción
La gente de hoy se queja de cierta incapacidad para sentir. Se siente abrumada por el aburrimiento. Condena al Superyó y exalta la sensualidad perdida. Añora una modalidad de vida agreste, instintiva. Siente una insaciable avidez de experiencias emocionales con que llenar un vacío interior.
Espera un destino grandioso con ricas experiencias que llenen su vaciedad.
Ilusiones de experiencias y aventuras maravillosas.
Fascinación por el encanto y la novedad.
Búsqueda del placer como un fin en sí mismo.
Escasa capacidad para la sublimación (por ejemplo, experimentando placer en el trabajo).
Carácter caótico lastrado por los impulsos
Sus antojos no tienen límite, exige gratificaciones inmediatas y vive en un estado de deseo inagotable, perpetuamente insatisfecho.
El psicoanálisis, una terapia que surgió de la experiencia con individuos seriamente reprimidos y moralmente rígidos, que debían llegar a un acuerdo con un riguroso “censor” interno, se ve confrontado en nuestros días, y cada vez más, con un “carácter caótico y lastrado por sus propios impulsos”.
Falta de voluntad y capacidad de modelar conscientemente el Yo.
Cinismo, resignación y pasividad.
Percepción del mundo como un sitio restrictivo
Temor a la madre castradora.
Culto a la personalidad “liberada”.
Su universo intrapsíquico está poblado de perseguidores potenciales.
Repudio a las convenciones que alguna vez reglamentaron los vínculos impersonales en público, hoy condenadas por restrictivas, artificiosas y atentatorias contra la espontaneidad afectiva.
Intento de preservar la ilusión de que las opciones son ilimitadas.
Sentimiento de que la sociedad tiene toda suerte de cazabobos para robarle a uno su libertad.
Miedo al entrampamiento. Advertencias de ‘Déjate opciones en la mano’, ‘Hazlo sin compromiso’
Ira sin límites y reprimida. Disconformidad, protesta y queja. Conflictos del individuo que no acata la privación instintiva para someterse a los requerimientos de la vida social.
Fantasías de destrucción objetivadas en la “praxis revolucionaria”.
Ideología del crecimiento personal. Himno al crecimiento, al desarrollo y la “actualización de uno mismo”. Todo íntimamente relacionado con el temor a la vejez y la muerte. La manía en pro de la movilidad y el crecimiento tranquiliza al individuo de que no está aún sumido en la vejez, considerada una muerte en vida.
Depresión
La depresión en pacientes narcisistas adopta la forma de ira impotente y “sentimientos de derrota a manos de fuerzas externas”. No adopta la forma de aflicción con su añadido de culpa, como la descrita por Freud en Duelo y melancolía.
Vacío
Experiencia subjetiva de vacío.
Los narcisistas suelen experimentar intensos sentimientos de vacío e inautenticidad.
Insatisfacciones difusas. Se quejan “de una insatisfacción vaga, difusa, ante la vida” y sienten que “su existencia amorfa es inútil y carece de un propósito”.
Incapacidad para encontrar un sentido y un propósito a la vida, encontrar algo por qué vivir.
“Sentimientos sutilmente experimentados, aunque muy penetrantes, de vaciedad y depresión”. Sensaciones de “una incapacidad general para seguir adelante”.
Acosado por la ansiedad, la depresión, un vago descontento y una sensación de vacío interior, el “hombre psicológico” del siglo veinte no busca el engrandecimiento ni la trascendencia espiritual sino estar en paz.
“La experiencia de vacuidad interior, el sentimiento aterrador de que, en algún nivel de la existencia, no soy nadie, de que mi identidad ha colapsado y que, allí en lo más hondo, no hay nadie”.
EL SEXO Y LAS RELACIONES INTERPERSONALES
Aproximación manipuladora, explotadora de las relaciones interpersonales. Fuerte creencia en su derecho de explotar a otros y ser gratificados.
Devaluación de los demás y falta de curiosidad por ellos.
Cualidad transitoria de las relaciones interpersonales.
Temor a la dependencia emocional. Escasa aptitud para la intimidad personal. Huída de la intimidad como si fuera una trampa. (Evitan los compromisos íntimos, que podrían desencadenar en ellos intensos sentimientos de ira.)
Búsqueda del deslumbramiento emocional sin compromiso ni dependencia.
Empobrecimiento de la vida personal.
Sexualidad
Sexualmente promiscuos antes que reprimidos. Pansexualidad promiscua. “El narcisista es promiscuo y a menudo también pansexual, puesto que la fusión de impulsos pregenitales y edípicos al servicio de la agresión alienta la perversidad polimórfica”.
Preferencia de una “atmósfera excitante y sexy”.
Seducción calculada.
Fascinación por el sexo oral.
Relaciones superficiales
Vínculos blandos, superficiales y profundamente insatisfactorios.
Culto a las relaciones personales que encubre un desencanto absoluto con esas relaciones.
Tienden a cultivar una superficialidad que los resguarda en sus vínculos emocionales. “La relación ideal sería, para mí, una relación de dos meses”, decía un paciente limítrofe. “Así no habría compromiso. Al final de esos dos meses, simplemente rompería el vínculo”.
Placer irresponsable en el ejercicio del poder
Centrado en el logro personal, especialmente en el consabido logro laboral. El éxito brinda al narcisista la aprobación que requiere para validar su autoestima. Busca una “imagen ganadora”, tener fama de ganador.
El narcisista disfruta a menudo de un éxito considerable en su carrera profesional. Maneja con naturalidad la forma de crear una impresión determinada, lo que le sirve inmejorablemente en las organizaciones políticas y empresariales donde el desempeño efectivo cuenta ahora bastante menos que la “visibilidad”, el “sentido de la oportunidad” y una trayectoria triunfal.
Indiferente por completo a los acontecimientos externos, salvo cuando reflejan su propia imagen, el narcisista es indiferente a las repercusiones sociales y económicas de sus decisiones.
Bovarismo
Ansias de grandeza, gloria y fama y aversión al rebaño. Sueños
de un destino grandioso.
Fantasías de riqueza y de belleza. Superficialidad.
El narcisista intenta compensar sus experiencias de ira y envidia con fantasías de riqueza, de belleza y omnipotencia.
Emma Bovary, consumidora prototípica de la cultura de masas,
continúa soñando; y sus sueños, que comparten millones de seres humanos,
exacerban la disconformidad con el trabajo y la rutina social.
El acomodo a la rutina se vuelve cada vez más difícil.
Disparidad entre romance y realidad, entre el mundo de la “gente linda” y el del trabajo.
Mientras la industria moderna condena a la gente a trabajos
que ofenden su inteligencia, les hace falsas promesas de realización personal.
La cultura del escapismo romántico le llena la cabeza de visiones que superan
sus medios -que superan también sus habilidades emocionales e imaginativas- y
contribuye así a degradar aún más la rutina.
Seudointelectualidad
Valoración frecuentemente inflada de las propias habilidades intelectuales.
Seudoconciencia de la propia condición.
A menudo encanta a otras personas, en no poca medida con el “seudoesclarecimiento de su propia personalidad”: Seudoesclarecimiento autorreferente en el que suele emplear clisés psiquiátricos, y que le sirve como recurso para desviar las críticas y eludir la responsabilidad de sus actos.
Irónicamente aburrido. Humor autodegradante y ansioso. Fuga mediante la ironía y la conciencia insegura y crítica de sí mismo.
Alaba el respeto a las normas y regulaciones, en la íntima convicción de que ellas no se aplican a su caso.
Carente de cualquier compromiso intelectual auténtico con el mundo. Incapaz de entregarse a algo en que crea verdaderamente aparte de sí mismo.
Necesidad de aprobación y admiración
Alteración profunda de la autoestima.
Búsqueda voraz de la admiración ajena.
El narcisista sufre violentas oscilaciones de autoestima, y depende de otros para recibir infusiones constantes de aprobación y admiración, así que vive pendiente de las impresiones que crea en los demás.
Al mismo tiempo es desdeñoso ante los que manipula para conseguir estos suministros. Busca la admiración ajena, pero desprecia a los que se la brindan y, por ende, no obtiene demasiada gratificación de sus éxitos sociales.
Asistencia a eventos sociales en busca de estatus.
“La autoestima del narcisista depende de otros. No puede vivir sin una audiencia que lo admire. Su liberación aparente de nexos familiares y constreñimientos institucionales no lo es al punto que le permita sostenerse solo ni gozarse en su individualidad. Por el contrario, ella contribuye a su inseguridad, que sólo consigue superar si ve su “grandioso self' reflejado en la atención que los demás le brindan o adhiriendo a quienes irradian celebridad.”
Ferozmente competitivo en su necesidad de aprobación y aclamación, desconfía de la competencia porque la asocia, de manera inconsciente, con un impulso desbocado de destrucción. Por eso repudia las ideologías competitivas.
Fascinación con famosos y gente sobresaliente
El narcisista venera la celebridad. (El único atributo importante de la celebridad es que es celebrada).
Según Kemberg, los pacientes narcisistas “temen no pertenecer a la sociedad de los grandiosos, ricos y poderosos y estar en cambio entre los ‘mediocres’, con lo cual quieren decir gente sin valor y despreciable, en lugar de ‘gente promedio’ en el sentido habitual del término”.
Los pacientes narcisistas “admiran con frecuencia a algún héroe o individuo sobresaliente” y “se viven a sí mismos como parte de esa personalidad sobresaliente”. Ven a la persona admirada como “una extensión de sí mismos”. El narcisista no puede identificarse con alguien sin verlo como una extensión de sí mismo, sin obliterar la identidad del otro.
“Por su fijación inconsciente con un objeto propio idealizado que siguen añorando [...], buscan eternamente el poder externo y omnipotente de cuyo apoyo y aprobación se empeñan en extraer la fuerza”.
El narcisista sólo consigue “una sensación de autoestima revitalizada asociándose con figuras fuertes, admiradas, cuya aceptación implora y por las cuales necesita sentirse apoyado. En este sentido debe asociarse con alguien y vivir una existencia casi parasitaria.
Si la persona los rechaza, “experimentan un odio y temor inmediatos y reaccionan devaluando al ídolo. Veneran a los héroes sólo para volverse en su contra cuando éstos los decepcionan.
Desconfianza hacia los demás y falta de autocrítica
Imágenes del Yo ‘totalmente buenas’. Imágenes ideales megalomaníacas del Yo.
El narcisista no ve su propia agresión. No puede reconocer su propia agresión, no puede experimentar culpa o preocupación por los objetos y no se aflige por los objetos perdidos. (Les falta la capacidad de afligirse, pues la intensidad de su ira contra el objeto amado perdido, y en particular contra sus padres, les impide vivir de nuevo experiencias felices o atesorarlas en el recuerdo.)
Percibe a los demás, sin excepción, como poco fiables. “La proyección constante de imágenes del Yo y objetos ‘totalmente malos’ perpetúa un mundo de objetos peligrosos, amenazantes, contra el cual se emplean defensivamente las imágenes del Yo ‘totalmente buenas’ y se forjan imágenes ideales megalomaníacas del Yo”.
Hipocondría
Pavor ante la ancianidad y la muerte.
Las imágenes malas que ha interiorizado lo mantienen preocupado por su salud.
La hipocondría le brinda una afinidad particular con la terapia y los grupos y movimientos terapéuticos.
Recurre a terapias que prometen otorgar un significado a su vida y ayudarlo a superar la sensación de vacío que lo envuelve.